domingo, 11 de abril de 2010

FANTASMA

Mi caso es raro, por no decir excepcional: yo no tengo familia. Y no, no es que no tenga familia porque sea huérfano, adoptado o un niño abandonado, o haya pasado por el difícil trance de perder a mis seres más queridos y estar solo en el mundo. No, simple y llanamente yo nací sin familia. Sé que a primera vista puede parecer una extravagancia o el delirio de una mente acomplejada, pero es que es así, qué le voy a hacer, nunca tuve familia, cuando nací vine el mundo sin ella, o mejor, ella, la familia, no estaba en el mundo cuando yo vine a él. Cosas más raras se han visto, tampoco hay que poner el grito en el cielo, hay gente por ahí que cree en un dios que nació de mujer no hollada por hombre que a su vez fue concebida sin pecado de por medio, eso sí que es delirante. En fin, tendréis que aceptar, como si de un dogma de fe se tratase, que yo no tengo familia, sin preguntas ni dudas al respecto.

Tras esta confesión, otra no menos reveladora: mi vida ha sido normal, como la de cualquier hijo de vecino, nunca mejor dicho. Lo digo porque seguro que alguno o alguna habrá que ya estará pensando, tras aceptarme como ser afamiliado, que mi vida por tanto habrá sido un tormento, un cúmulo de desgracias, un infierno, una difícil y escabrosa senda de tristeza, desgracia y soledad. Nada más lejos de la realidad. He tenido todo: infancia, educación, momentos buenos y malos, personas que me han querido y otras que me han hecho la vida imposible, hogar, amistades, amores, deberes, placeres. ¿Cómo? Pues nada, igual que cualquiera, pero sin familia, seguro que no os resulta tan difícil de imaginar. La única diferencia estriba en tener que resolver unos cuantos problemas de índole logística, pero qué es la vida sino esto.

Bueno, todo, todo, lo que se dice todo, no lo he tenido, pues obviamente mi vida ha carecido de todo aquello que va indisolublemente unido al hecho circunstancial de formar parte de una familia. Por ejemplo, mi existencia ha estado bastante exenta de rituales, sobre todo de rituales con connotación religiosa (en mayor o menor medida he participado de rituales laicos, unas elecciones por ejemplo son una buena muestra de ritual laico). Nunca me he visto impelido ni forzado, ni siquiera animado a formar parte de esa sucesión de fiestas y celebraciones que jalonan el itinerario vital de cualquier familia, y que son necesarias sin duda para reforzar la cohesión de los lazos consanguíneos y conmemorar la alegría y el mérito de seguir juntos a pesar de los azares de la vida, es decir, a pesar de los pesares. Bodas, bautizos, comuniones, confirmaciones, otra vez bodas, a una que yo me sé solo vino por parte del novio su madre y su mejor amiga, el padre y el hermano, fíjate tú, no pudieron o no quisieron, no se sabe muy bien, de plata, de oro, otra vez bautizos, en el seno de la santa madre iglesia, o en el seno de la puta madre que parió esta santa sociedad civil que no sabe muy bien cómo ser santa y civil a un tiempo, otra vez comuniones, en la mía mi hermano se abrió la cabeza con un columpio y se hizo una brecha tremenda, le manaba sangre de la frente como de un manantial, hubo que llevarle a la casa de socorro, que entonces se llamaba así y no urgencias, otra vez confirmaciones, pero no era que ya no éramos tan católicos, ya ni me acuerdo de qué era lo que tenías que confirmar, solo recuerdo que me regalaron un reloj.

También he estado exonerado de las celebraciones navideñas, imaginaos, esa inevitable feria, perdón, festival, perdón, festividad quiero decir, que pauta la melodía de una familia como las líneas de compás de un pentagrama. Nunca he comprendido del todo, por no tener que gozarlo ni sufrirlo en mis carnes supongo, por qué es tan odiado y deseado a un tiempo ese festejo, perdón, esa gala, perdón, ese espectáculo, perdón, esa función, perdón, esa ceremonia quiero decir, que conmemora… ¿qué conmemora? Solo sé, porque me lo han contado mis amistades, que durante esas celebraciones, por ejemplo, siempre se muere, precisamente, un familiar, cercano o lejano, pero siempre se muere, a mi abuelo se le murió su padre y su madre en navidades, a mi abuela su madre, encima casi siempre, si la memoria no me falla, en las fechas más señaladas, la cena de nochebuena o la comida de navidad, y estos son solo algunos ejemplos de ese fenómeno tan extraño que se repite con más frecuencia de la que pudiera aconsejar el azar o la casualidad, hay algo morboso e incomprensible en esto, las muertes de familiares en navidades, siempre he pensado mucho en ello pero nunca he llegado a ninguna conclusión, también pienso mucho por qué en aquellas navidades mi abuela me dijo en un paseo por el parque que los reyes eran los padres, yo no debía ser tan mayor, por qué me lo dijo precisamente mi abuela y precisamente en navidades, hay que ver qué oportuna, de todas formas en mi familia las navidades han sido siempre bastante sosas, una familia castellana, ya se sabe, en donde todo es muy formal y frío, poco espontáneo, poco lúdico, con una afectividad muy encajonada, por decirlo de alguna manera, aunque la nota de color y alegría en navidades la ponía mi tío ángel, el hermano de mi padre, un caradura de alto nivel casado con una mujercita minúscula y del opus con la que ha tenido cinco hijos, tres chicos y dos chicas, y que ya son abuelos, lo que seguramente despierte la envidia formal, fría y encajonada de mis padres, porque yo, que soy el mayor de mi generación, todavía no les he dado un nieto…

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