domingo, 11 de abril de 2010

REPROCHES ENTRE HERMANOS II


Ring de boxeo. Hermano pequeño y hermana mediana vestidos de fiesta y con guantes de boxeo. Ella, azules, él, rojos. Hermano mayor de frac, con pajarita, a modo de arbitro del combate. Suena la campana y empiezan un combate violentísimo, muy físico, con el espeluznante sonido de los puñetazos retumbando, entremezcládose con las palabras. Éstas, frente a lo salvaje de la pelea, resultan frías, casi como voces en off neutras o pensamientos dichos en voz alta.

HERMANA MEDIANA: Imbécil.
HERMANO PEQUEÑO: Facha.
HERMANA MEDIANA: Rojo.
HERMANO PEQUEÑO: Subnormal.
HERMANA MEDIANA: Tarado.
HERMANO PEQUEÑO: Paranóica.
HERMANA MEDIANA: Demente.
HERMANO PEQUEÑO: Eres como tu padre.
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): Separándolos.
¡Stop!, nada de golpes bajos. ¡Box!
HERMANA MEDIANA: Estoy hasta las narices de decirte por carta, por teléfono y por mail que vengas a verme, que tienes dos sobrinos que ni los vas a conocer, que soy tu hermana, joder, que pasas de todo y siempre me das largas de buen rollito, muy a tu estilo, más falso que Judas.
HERMANO PEQUEÑO: Estoy hasta los cojones de tus monsergas con la puta familia y la puta mierda de mundo feliz donde vives, con tu casita perfecta, tus cochazos, tu puto “back yard” y toda esa mierda “yanki” que me da asco. Que te den por culo a ti y a tu Schwarzenegger de mierda. No voy a ir a verte nunca.
HERMANA MEDIANA: Eres un desastre, tu vida es un desastre, ni te organizas, ni sabes tener un trabajo fijo como es debido. No tienes un duro, no tienes ahorros, no tienes nada de nada.
HERMANO PEQUEÑO: Por lo menos tengo dignidad. Y dos putos dedos de frente para saber que nunca seré esclavo de nadie, que soy libre.
HERMANA MEDIANA: Muy libre, pero muerto de hambre.
HERMANO PEQUEÑO: Y tú mucho California pero estás amargada y no eres feliz.
La hermana mediana cae a la lona, pero se levanta muy rápido con ayuda del arbitro, algo preocupado y mirando al hermano pequeño con cierta sorpresa, impropia de un juez de boxeo. Furibunda, la hermana se abalanza sobre el rival. Enganchados como en un abrazo, con las caras muy juntas y golpeándose mutuamente en la nuca:
HERMANA MEDIANA: “You mother fucker, son a bitch”, me cago en tu puta madre, malnacido. En que hora te cambié los pañales cuando eras un pingajo. Mira en lo que te has convertido, bestia, maleducado, iiiii...diota.
HERMANO PEQUEÑO: (Imitándola, pero neutro) Iiiii...diota. Maleducado. Uy, qué fina, la “americanita”. Vives muy cómoda a tomar por culo, bien lejos, para no pringarte en nada, ni ayudar en nada, ni estar cuando tienes que estar con esta familia.
HERMANA MEDIANA: Tú vives mucho mejor cerquita, pasando de todo a muerte y chupando del bote, sin asumir ninguna responsabilidad. Claro, con mamaíta siempre al quite: “tu hermano es así, va su aire el pobre, no es mala persona, lo que pasa es que es especial, como es el pequeño”. Y una mierda, no me lo trago. Crece de una puta vez.
HERMANO PEQUEÑO: Y tú me lo dices, que vives en la puta Disneylandia. Ja.
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): (Separándolos) ¡Stop! Nada de golpes en la nuca. ¡Box!
HERMANA MEDIANA: Consentido.
HERMANO PEQUEÑO: Pija.
HERMANA MEDIANA: Niñato.
Suena la campana. Cada uno a su esquina. El arbitro se torna en entrenador de la hermana.
ENTRENADOR (HERMANO MAYOR): Venga, venga, venga, vas bien, saca más la derecha, no le dejes escapar, agárralo y castígale más el hígado. Lo tienes, lo tienes, insiste un poco más y vigila su izquierda. Vamoooos, vamooos.
Suena la campana. Se vuelven a enganchar, cansados, golpeándose los costados.
HERMANO PEQUEÑO: Eres patética, en el fondo me das lástima.
HERMANA MEDIANA: Tú me das asco.
HERMANO PEQUEÑO: Siempre lo he sabido.
HERMANA MEDIANA: Vaya, el listillo, ¿ahora vas de psicólogo o de pobre hijito no deseado?
HERMANO PEQUEÑO: Puta.
HERMANA MEDIANA: (Muy sorprendida) Oye, sin insultar ¿eh?
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): (Separándolos de nuevo, los reúne en el centro y se dirige a ambos) Quiero una pelea limpia. Nada de agarrones ni de golpes bajos. No os aviso más. Empiezo a quitaros puntos pero ya. ¡Box!
HERMANA MEDIANA: Tu vida es una mierda.
HERMANO PEQUEÑO: Y dale. Mi vida es mía y no tengo que dar explicaciones a nadie.
HERMANA MEDIANA: Así te va que no hay dios que te quiera. Fracasas en todo.
HERMANO PEQUEÑO: Eres perversa.
HERMANA MEDIANA: (Burlona, pero neutra) Nene de mamaíta. (Remata) Infeliz, fracasado.
HERMANO PEQUEÑO: Yo también te quiero, hija de puta.
El hermano pequeño cae a la lona y parece K.O.
El arbitro inicia la cuenta, de nuevo preocupado. Al llegar a nueve, el caído se levanta como un resorte golpeándose la cara con los guantes y saltando con renovada energía.
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): (Muy cariñoso y preocupado) ¿Estás bien?
HERMANO PEQUEÑO: Estoy bien.
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): ¡Joder, tío!. ¡Box!
HERMANA MEDIANA: Estás acabado. Y estás más gordo, por cierto.
HERMANO PEQUEÑO: Foca de mierda, te mato.
HERMANA MEDIANA: No puedes con el culo, hermanito.
HERMANO PEQUEÑO: Te voy a matar.
HERMANA MEDIANA: No tienes huevos.
Suena la campana. Cada uno a su esquina. El arbitro se torna en entrenador, esta vez del hermano.
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): (Cada vez más preocupado) Tranquilo, tranquilo, no te dejes llevar. Sigue machacando con paciencia y mete tu gancho de izquierda en cuanto se te agarre. Ya la tienes. Venga, venga.
Suena la campana. Se tantean unos segundos, a distancia, agotados, jadeantes. El arbitro mira a uno y a otro, manifiestamente alterado, disgustado y a punto de llorar. Se vuelven a abrazar violentamente. El arbitro los vuelve a separar con mucho esfuerzo.
HERMANA MEDIANA: Llama a tu mamá ahora, nenaza.
HERMANO PEQUEÑO: Cabrona.
Vuelve a sonar la campana, vuelven a sus esquinas. El entrenador va llorando y gritando de una esquina a otra, desquiciado.
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): (A la hermana) ¡ Déjalo, no merece la pena! Tiro la toalla, mira.
HERMANA MEDIANA: ¡Ni de coña, tengo que matarlo!
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): (Al hermano) ¡No me compensa verte así! ¡Se acabó!
HERMANO PEQUEÑO: ¿Se acabó, el qué? ¡Y una mierda! Tengo que machacarla.
ÁRBITRO (HERMANO MAYOR): (A la hermana) ¡Basta, por dios!
(Al hermano) ¡Déjalo! (A la hermana) ¡No os machaquéis más!
(A los dos y mirando al público, desde el centro del ring, de repente muy sosegado,)
Decía la abuela Marina que parecía mentira que un bebé naciera de un simple escupitajo. También decía la abuela, al final de su vida: “¿Pa qué?, ¿todo esto, pa qué?”
Tuvo dos hermanos. La pequeña, la Esperanza: con 10 añitos las monjas la dejaron “sordamuda”, como ella decía, de una paliza en el orfanato. Marina cuidó de su hermana enferma durante más de 40 años. El mayor, el facha, como ella le decía, fue militar del lado fascista durante la guerra. Y un déspota. Marina era socialista de carné desde muy joven. Llegó a pasar clandestinamente explosivos para los rojos. Adoraba a sus dos hermanos.
Los dos hermanos, ya sin guantes, se abrazan al mayor. Los tres sonrientes.
HERMANA MEDIANA: (Al pequeño) Te van a encantar los California Rolls que he traído.
HERMANO PEQUEÑO: (Resignado y farfullando) Yo soy más de chorizo.
HERMANO MAYOR: (Conciliador) Anda, vamos a echar una mano a mamá con la mesa.

Salen. La hermana canturrea feliz el Gingle Bells.

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