domingo, 11 de abril de 2010

VELATORIO

Ataud abierto con madre muerta. Hijo sólo, sentado al lado, con las manos en la cara, llorando en silencio. Después de un largo silencio...

MADRE: ¿Has llamado a tu hermano?
HIJO: ¡Joder! (de pie. Después de un brinco inicial, retrocede incrédulo, lentamente, entre aterrado, descompuesto y con la boca abierta, sin poder articular palabra)
MADRE: (hablando muy deprisa, quieta y con buen tono de voz) Que si has llamado a tu hermano, que venía a comer hoy y va a llegar a casa y se va a encontrar que no hay nadie y no tiene llave, porque se la dejó el martes en casa en el cenicero y mira que le recuerdo siempre que coja el móvil, las llaves y la cartera, y nada oye, como el que oye llover. No veas la que está cayendo, y tengo toda la colada blanca tendida, las sábanas, las toallas, todo lo grande, empapado, qué mala leche. Fíjate, había descongelado potaje para comer, que lo pongo siempre en vigilia, que le encanta a él, aunque el bacalao no le va mucho, a mí me priva, soy muy pescadera, pero a él la verdura, la verdura, que la compro toda fresca, nada de congelados, que pierden toda la vitamina, y se pone morado. Qué pena, se va a echar a perder. Vete si no después y te lo llevas a casa en un “taper”, aunque sea le haces un puré al niño, que no veas qué puré va a salir, todo fresco, vamos mucho mejor que un potito. No, vosotros le dais de comer al niño de maravilla, tu mujer es muy completa. ¡Qué rico está mi niño!, ¡corazón!, ¡cómo está de bonito!. Anda que vaya nochecita que os ha dado con los dientes. Ya os dije que le diérais el “pidural” ese en cuanto el niño se ponga un poco chinchoso. Yo a vosotros os daba en las encías un potingue que me mandaba el puericultor, uy, a mi Marta le salieron los dientes de abajo...
HIJO: (llorando, desesperado) ¡Mamaaaa! Por favor... ¿qué es esto, qué pasa?
MADRE: (sin pausas) Pues que va a pasar, que hace un frío en esta casa, mira que le dije a tu padre que me arreglara esa calefacción, pues nada, se murió el pobre y ahí se quedó. Claro, la he encendido y aquello olía a perro muerto, y ha pegado un pedo que han saltado los plomos, menos mal que le dije al electricista que me arregló los enchufes de la tele, el que me puso lo del “tedeté”, que me cobro 30 euros por ponerme un enchufito, le dije que me pusiera un poco de cinta aislante en el cable que estaba pelado, y aún así casi salimos ardiendo. El mes pasado pagué 80 euros de luz, es que no veas como sube con las calefacciones. Como me bajen la pensión no sé que voy a hacer y eso que con los 400 euros que cobro de tu padre voy tirando. Menuda cara de raspa tiene la De la Vega esa, la que es la segunda de Zapatero, y está en los huesos la tía, aunque eso sí, va siempre elegantísima. Y los otros que no quieren colaborar, siempre discutiendo, llevando la contraria a lo que sea, ¡pues que hagan algo, joder, que encima que ganan un dineral no hacen más que llevar la contraria por “esport”! Yo no soy ni de unos ni de otros, yo no entiendo de política, yo votaba lo que me decía tu padre y como todos en su trabajo son unos fachas, pues hala, a la derecha. Solo cuando ganó Felipe, que me dijiste tú que le votara...
HIJO: Aha. (Atónito. Se sienta de nuevo en la silla)
MADRE: ... y le voté, lo hice por ti, pero a mí me da igual, son todos unos mangantes que van sólo a lo suyo, a chupar del bote, aunque trabajan ¿eh?, porque envejecen muy rápido, fíjate como está Zapatero, está mayor, con lo majo que era. No deben tener tiempo ni para comer. Ayer me hice yo para comer una coliflor con aceite y vinagre que me encanta y de segundo me freí unos boquerones, un cuartito, me costaron dos cincuenta en el mercado Maravillas, tirado, por 3 euros sin contar mi naranja de postre, comí divinamente, y esta noche me voy a hacer una tortilla de habas... que me encanta... (silencio)
HIJO: Mamá, descansa de una vez.
MADRE: Si tienes razón, hijo, pero es que soy así, muy vital (pequeña pausa). Y muy nerviosa y mira que me decís que me relaje y respire, nada, tuve que dejar el Tai-Chi porque me aburría, fíjate que el profesor...
HIJO: Ya me lo has contado.
MADRE: Ya pero es que el profesor tenía delito: joven, más joven que tú, un poco místico, nos ponía una música que no veas, ¡un rollo!, bueno que me dormía no te digo más, dos horas la clase ¿tú te crees?, nada, duré una semana, le dije “mira es que tengo gimnasio por las mañanas, martes y jueves, y ahora por la tardes informática y no voy a poder...” me voy a apuntar a lo de las viudas, ahí en la calle Almirante, a ver si me da “vidilla”... (silencio)
HIJO: Mamá, para ya. Tranquila. Ya está.
MADRE: El caso es que ya no me duelen la rodillas, ni la operada. Desde que me tomé la homeopatía hace dos meses y dejé de tomar café. Y eso que yo he sido siempre muy cafetera, pues ahora nada chica, no sé, no me lo pide el cuerpo por lo que sea. Eso sí, me doy unas palizas de andar que no veas, una hora seguida o más. Con tu padre, hasta última hora, caminábamos a todas partes. Cuando ya estaba muy malito nos bajamos desde Cuatro Caminos hasta Tribunal y el pobre llegó exhausto, nos sentamos en un banco y me decía: “no puedo mamá, no puedo, esta mierda de cáncer”, y se golpeaba con el puño el pecho. El pobre... Andar es bueno para todo. Fíjate mi compañera del hospital, más joven que yo, pues casi diez años, y está hecha un “zepelín”, con un culo gordo, que se lo he visto yo cuando se ducha, porque claro, la habitación tan pequeña, y yo le digo Carmina, hija, es que tienes que andar, tienes que moverte, no hacer pereza, que te lo ha dicho el médico, no quedarte ahí apoltronada. Fíjate, yo, desde el segundo día de mi operación, que me dijo el médico que paseara con las muletas, pues ya estaba...
HIJO: ¡Máma! Descansa, por favor, no tiene sentido, además esto también me lo has contado antes...
MADRE: Hijo, ¿quieres oir algo que de verdad nunca he contado a nadie?
HIJO: No. Quiero que descanses.
MADRE: Yo sabía que nunca iba a morir.
HIJO: ¿Qué?
MADRE: Que siempre supe que no moriría.
HIJO: ¡Pero si estás en tu ataud porque ayer caíste fulminada con un derrame cerebral masivo!
MADRE: Pero no estoy muerta.
HIJO: ¿Y esta caja, y el certificado de defunción? Hablar estás hablando... ¡o estoy alucinando o me estoy volviendo loco, o...!
MADRE: Tú también sabes que no vas a morir.
HIJO: ¿Qué?
MADRE: Piensa un momento. No estoy diciendo nada que no sepas.
HIJO: No sé de qué me hablas.
MADRE: Sí que lo sabes.
HIJO: ¿Y papá no está muerto, entonces?
MADRE: Papá sí, pero porque él quería morirse.
HIJO: ¿Me estás diciendo que es cuestión de elegir? Venga mamá, es que entonces no se moriría nadie.
MADRE: Que va, hijo. Eso es así, como te lo estoy contando. Y no lo sabes hasta que estás a punto de dejar este mundo, hasta el “mismito” momento antes de irte. No es el rollo ese de que te ves a ti misma y se separa de ti como otro cuerpo, eso que se ve en las películas que a mi siempre me ha dado tanto miedo. Eso no. Es una sensación por dentro desde que tienes uso de razón. Como que estás tan viva que... Me acuerdo de muy pequeñita, en la posguerra, que pasamos un hambre que eso es para contarlo, me comía hasta las cáscaras de las naranjas, que me decían mis hermanos: “Atón, (porque me llamaban Atón, no sé porqué), chica no te comas eso que te va hacer daño a la tripa y se te va a caer el pelo”, pero yo me lo devoraba como si fuera un manjar.
HIJO: Eso también me lo has contado mil veces.
MADRE: Pues eso es, esa sensación de de vitalidad, de de energía, no sé cómo decirte chica, como que estás tan tan viva que... no sé. Y sigo así.
HIJO: En el ataud...
MADRE: Hijo, no te enfades, es que si no te lo cuento reviento. Ya sé que es raro empezar a hablarte, aquí en la caja...
HIJO: ¡Joder, y el susto que me has dado, que casi me da un infarto!
MADRE: Perdona, pero eras tú y nadie más, quien podía entender esto. Hombre, he intentado hacerlo con normalidad, dándote conversación y tal.
HIJO: ¡Menuda conversación!, te has puesto a rajar, como siempre, como una descosida y yo ahí, hala, aguantando el chaparrón, alucinando y acojonado. Es que, de verdad...
MADRE: Hombre, yo también he pasado miedo, que ya sabes que soy muy cagona para estas cosas. Cuando la abuela Marina me decía en broma “cuando me muera, voy a bajar a tirarte de los pelos...” Yo le decía, ay, abuela, calle mujer, que a mi me dan mucho miedo esas cosas. Y mírame tú ahora.
HIJO: ¿O sea que tú también tienes miedo?
MADRE: Hombre, imagínate, a mí los muertos siempre me han dado mucho respeto.
HIJO: ¿pero no decías que no estabas muerta, en qué quedamos?
MADRE: Eso, eso, por ahí va la cosa...
HIJO: ¿qué cosa? Ay dios, me está entrando una angustia.

Llaman a la puerta. Entra el hijo pequeño.

HIJO: Pasa.
HIJO PEQUEÑO: ¿Qué tal bro?
HIJO: Pensé que no ibas a entrar, como con papá te dio “yuyu”.
HIJO PEQUEÑO: ¿cómo estás?
HIJO: Pss.
HIJO PEQUEÑO: (mirando la caja) Joder, qué mierda, con lo bien que estaba.
HIJO: Está bien.
HIJO PEQUEÑO: ¿Hum?
HIJO: Que está muy bien, se encuentra perfectamente.
HIJO PEQUEÑO: Si, claro, allá dónde esté.
HIJO: No, aquí.
HIJO PEQUEÑO: Bueno sí, por lo menos no ha sufrido mucho, ha sido de golpe.
HIJO: No, digo que está bien ahora, ahí, donde está, me lo ha dicho.
HIJO PEQUEÑO: (Abraza a su hermano y los dos lloran) Vamos a comer algo, anda.
HIJO: (asiente)

Salen.

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